Odio retrasarme. SÃ, lo odio. Y los que me conocen saben que no utilizo la palabra "odiar" con la ligereza habitual, porque odiar es como amar pero al revés. Sin embargo, llegar tarde es la peor de mis maldiciones. Sobre todo corrigiendo.
Con cada manuscrito aprendo un poco: expresiones que no sabÃa que existÃan, formalidades, latinismos, palabros... Pero lo que más me llama la atención es encontrar pedacitos del escritor asomando entre lÃneas. Quizás no estén escondidos, claro, quizás solo hay que fijarse bien. Empiezo a pensar que los correctores tienen una doble labor: pulir el manuscrito hasta su máximo posible y guardar los secretos que descubre por el camino.
También he aprendido que mi trabajo como correctora acaba cuando pongo punto y final, pero aún soy su guardiana y debo velar por la novela cuando viaja a los campamentos editoriales o cuando se autoedita. Al fin y al cabo he sido parte de su crecimiento. Me condiciona. Llamadme romántica si queréis, pero no es tan "a otra cosa, mariposa" como creÃa. Por supuesto que sigo adelante y cojo otros manuscritos, pero intento estar en contacto con los autores después. No sabrÃa decir si es un fallo o una virtud; fallo porque me implico más de lo que deberÃa, virtud porque quien confÃe en mà no se verá traicionado -básicamente porque no he recibido ninguna queja, sino al revés-. Siempre pienso que lo bueno se hace esperar, pero también es verdad que los plazos están para cumplirlos.
Y entonces llego a la encrucijada. ¿Corregir más rápido, arriesgándome a desmerecer un poquitÃn el resultado final, o atender a la calidad, intentando no salirme demasiado de los plazos? Porque esta es mi metodologÃa: cuando encuentro un fallo, lo corrijo, y si da pie a una posible duda, le explico al autor el porqué de la errata y su significado. También tengo en cuenta las voces, el registro y el nivel léxico del escritor, y luego ya atiendo a la coherencia entre los párrafos. En total, me leo el manuscrito cinco o seis veces. La primera es para conocer la historia. En la segunda me pongo las gafas de correctora. Las demás lecturas van sobre la marcha. El resultado final son dos: uno limpio y con todos los cambios aceptados, y el borrador en rojo para que el autor vea lo que he hecho.
Por eso soy incapaz de corregir tan rápido como deberÃa, y también por eso se me van los plazos volando. Sé que no hay excusas para el retraso. Al fin y al cabo, me pagan para esto, pero estoy a punto de licenciarme y estoy de prácticas en una editorial -quizás haga una mini sección con esta experiencia, porque lo vale-, y este trabajo no me ocupa el 100% del dÃa. Esto es asÃ. Lo único que pido a mis clientes-escritores-futuros compañeros es que tengan paciencia.
Próximamente, si queréis, os cuento largo y tendido mi metodologÃa en la corrección, al estilo de Mi proceso de creación literaria.
Con cada manuscrito aprendo un poco: expresiones que no sabÃa que existÃan, formalidades, latinismos, palabros... Pero lo que más me llama la atención es encontrar pedacitos del escritor asomando entre lÃneas. Quizás no estén escondidos, claro, quizás solo hay que fijarse bien. Empiezo a pensar que los correctores tienen una doble labor: pulir el manuscrito hasta su máximo posible y guardar los secretos que descubre por el camino.
También he aprendido que mi trabajo como correctora acaba cuando pongo punto y final, pero aún soy su guardiana y debo velar por la novela cuando viaja a los campamentos editoriales o cuando se autoedita. Al fin y al cabo he sido parte de su crecimiento. Me condiciona. Llamadme romántica si queréis, pero no es tan "a otra cosa, mariposa" como creÃa. Por supuesto que sigo adelante y cojo otros manuscritos, pero intento estar en contacto con los autores después. No sabrÃa decir si es un fallo o una virtud; fallo porque me implico más de lo que deberÃa, virtud porque quien confÃe en mà no se verá traicionado -básicamente porque no he recibido ninguna queja, sino al revés-. Siempre pienso que lo bueno se hace esperar, pero también es verdad que los plazos están para cumplirlos.
Y entonces llego a la encrucijada. ¿Corregir más rápido, arriesgándome a desmerecer un poquitÃn el resultado final, o atender a la calidad, intentando no salirme demasiado de los plazos? Porque esta es mi metodologÃa: cuando encuentro un fallo, lo corrijo, y si da pie a una posible duda, le explico al autor el porqué de la errata y su significado. También tengo en cuenta las voces, el registro y el nivel léxico del escritor, y luego ya atiendo a la coherencia entre los párrafos. En total, me leo el manuscrito cinco o seis veces. La primera es para conocer la historia. En la segunda me pongo las gafas de correctora. Las demás lecturas van sobre la marcha. El resultado final son dos: uno limpio y con todos los cambios aceptados, y el borrador en rojo para que el autor vea lo que he hecho.
Por eso soy incapaz de corregir tan rápido como deberÃa, y también por eso se me van los plazos volando. Sé que no hay excusas para el retraso. Al fin y al cabo, me pagan para esto, pero estoy a punto de licenciarme y estoy de prácticas en una editorial -quizás haga una mini sección con esta experiencia, porque lo vale-, y este trabajo no me ocupa el 100% del dÃa. Esto es asÃ. Lo único que pido a mis clientes-escritores-futuros compañeros es que tengan paciencia.
Próximamente, si queréis, os cuento largo y tendido mi metodologÃa en la corrección, al estilo de Mi proceso de creación literaria.